Hace ya algún tiempo reseñé El jardín olvidado de Kate Morton, que me gustó bastante. Así que, cuando a mi hermana le regalaron su novela anterior, La casa de Riverton, decidí leerlo, aunque con ciertos reparos. ¿Me gustaría tanto como El jardín olvidado o, por el contrario, me decepcionaría? Bueno, pues, tras leerlo, puedo afirmar que me ha gustado mucho y que he llegado a devorarlo.
La casa de Riverton nos cuenta la historia de Grace, una anciana que se está marchitando, pero que empieza a revivir el pasado cuando una directora de cine se pone en contacto con ella para preguntarle por su trabajo en Riverton. Y es que, durante el verano de 1924, en plena fiesta, el prometedor poeta Robert S. Hunter se suicidó delante de las hermanas Hartford, que dejaron de hablarse desde ese momento. ¿Por qué se suicidó Robbie? ¿Por qué dejaron de relacionarse dos hermanas, hasta entonces, muy unidas? ¿Qué ocurrió en realidad esa noche de 1924?
Basándose en ese misterio, en ese fatídico desenlace, Kate Morton nos cuenta dos historias narradas por la misma persona y ambientadas en épocas distintas. Por un lado, Grace en la vejez, viviendo día a día cómo se apaga, mientras anhela saber de su nieto y lidia con los recuerdos que Ursula Ryan, una directora de cine, le provoca al consultarla sobre Riverton. Al mismo tiempo, esto provoca que Grace viaje al pasado, a sus catorce años y su andadura en Riverton.
Al principio, esa dualidad resulta un tanto confusa, ya que la autora salta de una línea temporal a otra sin aviso alguno, mezclando presente y pasado. Además, peca de lenta y un tanto redundante. Y es que la verdadera historia, la importante, es la acaecida en el pasado y, al principio, únicamente se narran escenas cotidianas en una casa inglesa: el día a día de los criados, frente al de los señores. Muy propio de serie inglesa a lo Arriba y abajo o Dowton Abbey.
Sin embargo, esta primera parte siembra las bases de lo que va a tratar la novela en realidad: de Grace y de Hannah, de Hannah y de Grace. Ambas son las protagonistas, criada y señora que comparten una amistad limitada por los convencionalismos de la época, por los límites que ellas mismas se marcan.
De hecho, La casa de Riverton es más un drama, una historia sobre estas dos mujeres, tan distintas, pero tan parecidas, más que una novela de misterio o un romance de época. Sí, está encuadrado en el periodo que abarca las dos Guerras Mundiales, pero sólo sirve de marco para contar las historias de Grace y Hannah.
Por eso, a partir de la segunda parte, cuando Grace se centra en el pasado y pasa a relatar la historia de forma cronológica, la novela gana muchísimo: se vuelve mucho más ágil, interesante y disfrutable. Mejora hasta culminar en un último tercio en el que es imposible dejar de leer. Fue adentrarme en él y no soltar el libro hasta que llegué a la última página, deseando todo el rato saber qué iba a pasar en la siguiente.
Como he señalado antes, la novela se basa en los dos personajes femeninos, tanto en ellas, en sus evoluciones, como en la relación que mantienen entre ellas, que es un factor clave en toda la novela.
Por un lado, tenemos a Grace Bradley, una joven que llega a Riverton con catorce años, heredando el puesto de su madre, y que queda obnubilada tanto con su nueva vida como con los dueños de la casa. Especialmente con los hermanos Hartford, pero, sobre todo, con Hannah, de quien se hace confidente desde que se conocen. Grace no se replantea su futuro, no desea ascender o aspirar a algo más, es feliz en Riverton con la vida que se suponía que iba a llevar.
Por otro lado, se encuentra Hannah, una chica muy imaginativa, inteligente y con espíritu aventurero, que sólo sueña con viajar lejos, aprender y vivir, mientras que el futuro que se le ha trazado (matrimonio e hijos) le parece una pesadilla. Hannah es fuerte, decidida, con carácter, pero también con corazón y un gran sentido de la responsabilidad. Precisamente ese sentido de la responsabilidad es lo que hace de Hannah un personaje tan desdichado e irónico, pues ella siempre intenta hacer lo mejor para todo el mundo y eso siempre le pasa factura.
Entre las dos se establece una curiosa relación, se aprecian, hay complicidad entre ellas, pero todo en su justa medida, pues no dejan de ser criada y señora. Eso sí, también son importantes las relaciones que tienen con los personajes secundarios. Éstos están igual de bien perfilados, complejos y cumplen a la perfección su papel: Emmeline, Alfred, Robbie, Teddy, el padre de las chicas...
Al final, como es de suponer, se resuelven todos los enigmas, se conoce la historia al completo y, aunque me encantaría comentar el final, no lo haré para no soltar spoilers. Lo único que apuntaré es que me pareció perfecto para la historia que nos estaban contando y también lo encontré un tanto arriesgado.
El próximo lunes literario estará dedicado a... Un beso en París de Stephanie Perkins.
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