Sin embargo, ese episodio fue grandeza. En serio. Entre un espléndido Asier Etxeandia que se creció con su Raúl entre eufórico y borracho, que debía coser un vestido de novia en una noche, hasta otro estupendo Javier Rey más adorable que nunca con su Mateo comprendiendo que estaba enamorado de Clara sin Experiencia, todo fue fantabuloso y demás: Rita en su totalidad (ella nunca falla), don Emilio cosiendo ante la atónita mirada de Raúl y de todo el taller, el falso tonteo de Clara y Max para putear a sus respectivos, la pelea en el burdel con aparición del Cuñadísimo incluida...
Don Emilio cosiendo fue lo mejor, pero lo mejor, en serio.
Todo encajó como un puzzle perfecto, dándonos un episodio tan divertido como simpático y efectivo. ¿O alguien pudo resistirse a ese Mateo gritando en el coche que iba a por Clara sin Experiencia?
Y es que la magia de Velvet reside en la simpatía, en la comedia, no en los dramas intensos ni en los problemas, algo que quedó ejemplificado en el penúltimo episodio. Éste también demostró una vez más que los secundarios deberían llevar el peso de la función y que los protagonistas son un lastre estén tanto juntos como separados. ¿Casualidad que el mejor episodio fue aquel en el que el trío no tuvo ninguna importancia, sino una presencia más bien testimonial? Yo no lo creo.
Porque entonces llegó el final de temporada y nos vimos sumidos en la dichosa boda, en las dudas de los tórtolos y sus idas y venidas, lo que fue aburrido, carente de interés y, para más INRI, estuvo contado de forma bastante burda. No hubo magia, ni encanto, ni siquiera un mínimo de sutilidad en el final de temporada, donde quisieron dejarnos claro que Ana era la pobre heroína y Cristina era la otra.
No creo que Cristina se les fuera de las manos, creo que siempre quisieron que Cristina no fuera una tercera en discordia a la que odiar, sino que querían de hacer del triángulo algo más complejo para el espectador. El problema vino cuando no sólo nos dieron un héroe soso a rabiar, sino una heroína débil y ahostiable a más no poder. Una cosa es que no sepas a quién elegir de las dos chicas, otra es que odies a la supuesta protagonista, como le pasaba a mucha gente con Ana. Yo incluida, porque no puedo ni con ella ni con Alberto. De ahí que se note una barbaridad que las escenas de Cristina fueran para dejar claro que Ana era la pobre víctima, la que debía contar con el apoyo del espectador, y no Cristina.
Porque, vamos, el cambio de comportamiento de Cristina en el último episodio fue más digno del doctor Jekyll y mister Hyde que otra cosa. ¿Desde cuándo Cristina es una persona despótica y una vil traidora? La escena en la que grita a Ana, quien se pasó la hora y pico de episodio con cara de cordero degollado no sea que no sepamos que sufre más que Geno, no era consecuente con el personaje, no cuando hemos estado catorce episodios viendo a una chica dulce y comprensiva que siempre respetó a Ana por encima de todas las cosas.
Pues yo lo siento mucho, pero no me lo trago.
Lo malo es que no fue lo único metido con calzador, ya que la entrada de Carlos en la vida de Ana no pudo ser más artificial. Sin embargo, no sé si fue un mero recurso mal empleado o si no es oro todo lo que reluce y la encantadora sonrisa del señor Vives oculta algo chungo. De hecho, en el avance sale en plena reunión en Velvet siendo apoyado por un radiante Enrique. Que, a ver, seguramente no sea nada y yo me lleve un chasco, pero de momento apuesto por creer en los guionistas y que el piloto esconde algo.
Que, por cierto, Ana se enamora y se desenamora en cero coma, ¿no? Que si quiero a Alberto, que si sufro mucho, que si no quiero que lo dejemos, que si no quiero que se case... Oh, Peter Vives, ¡para mí! Le quiero y tengo una química instantánea con él.
Bueno, quien dice "química" dice que él le dedica la frase más hortera y evidente de la historia de la televisión ("espero que no tenga miedo a volar"... Seriously? ¿Eso fue lo mejor que se les ocurrió para presentar al galán-piloto? No tengo palabras. Bueno, sí, que espero que lo próximo no sea que Ana le cante Fly me to the moon o algo), mientras la cogía en brazos a cámara lenta. Si es que será muy mona y muy simpática, no diré que no, pero como actriz Paula Echevarría tiene carisma cero.
Por lo demás, tuvimos un desenlace de manual. Pero de manual, ni siquiera optaron por arriesgar un poco: hubo boda (¿de verdad alguien se ha sorprendido?), Ana encontró otro pretendiente, nadie intentó chafar la boda y la madre de Alberto únicamente se dejó ver un segundo. Todo muy predecible y muy poco arriesgado. Quizás es porque soy una zorra adicta al drama, pero yo habría escrito dos finales muy distintos:
1) Alberto y Ana se fugan a París para no volver. Total, nadie les iba a echar de menos y si necesitamos un Márquez luchando por las galerías tenemos a Patricia, un personaje mucho más interesante y al que no dan ganas de estamparle cuadros en la cabeza. Incluso Mateo podría funcionar mejor que Alberto como defensor de las galerías. Total, es el que hace el trabajo.
2) Alberto dice que no se casa, va a buscar a Ana, pero ella se ha ido con el piloto. Habría sido muchísimo más interesante ver a Alberto en tierra de nadie: sin el amor de su vida y sin el beneplácito de los Otegui, sino todo lo contrario.
No viene a cuento con lo estoy diciendo, pero esta foto es bien.
Y, una vez más, el episodio fue salvado por los secundarios, que tuvieron menos papel de lo que venía siendo habitual. Así, Mateo y Clara sin Experiencia siguen con su divertidísimo tira y afloja, con la novedad de que podrían tener que enfrentarse a la paternidad, mientras que Pedro sigue en Alemania (que traigan a Pedro de vuelta YA, se le echa demasiado de menos) y no se entiende, vía telefónica, con la pobre Rita, que sigue sin saber qué ocurre. Luisa un día se mimetizará con el ambiente sin darnos cuenta, pero Blanca ha decidido darle una oportunidad a Max.
La verdad, es que son las historias de los secundarios las que hacen que quiera ver la segunda temporada. Quiero ver a Mateo y Clara lidiando con la paternidad, quiero que Pedro conquiste a Rita de una vez (quiero un beso en condiciones, en plan moñas), incluso me apetece ver a doña Blanca feliz para variar. También quiero ver a la pareja de Enrique y Bárbara, dos personajes que, al menos, están sirviendo de revulsivo a la trama principal y que aparentan ser más interesantes que otros personajes. Además, el personaje de Amaia Salamanca no tiene pelos en la lengua, lo que es otro plus.
Eso sí, lo que me parecería una equivocación como una catedral de grande es que prescindan de Raúl de la Riva en la segunda temporada. Espero que la despedida de Raúl sea un farol porque, la verdad, fue todo un acierto al ser de los personajes con más desparpajo y más luminosos de la serie. Eso, por no hablar de que tuvo un final que no se merecía al ser traicionado por su amiga, tras pasarse la noche cosiéndole el vestido de novia más maravilloso posible, y vilipendiado por una falsa acusación de plagio.
No, Raúl de la Riva se merece algo mejor, así que espero que vuelva por la puerta grande y le dé por saco a Enrique y su padre. De verdad, ojalá regrese porque, sinceramente, creo que si no lo hace, Velvet se va a resentir.
Lo malo es que, imagino, que el tema Raúl pasará factura a Cristina y Alberto se alejara de ella y tendremos cuadrado. Porque, sí, llamarme negativa o lo que queráis, pero yo no creo que hayan desistido con la pareja Alberto y Ana, sino que han elevado el triángulo al cuadrado. Ainss. Ojalá la segunda temporada sea más coral y ojalá le den cancha a las galerías Oxford y a Gloria, que mucho apuntaban en el primer episodio y todo se quedó en agua de borrajas.
Y, la verdad, duele ver a grandes actores tan desaprovechados. Ojalá les saquen más partido y ojalá la segunda temporada potencie la comedia, la luz, que es lo que de verdad le sienta bien a la serie e impide que sea un culebrón para marujas prescindible.