Hace ya un tiempo os hablé de Cómo matar a una ninfa, la primera novela protagonizada por Ada Levy, una detective atípica salida de la imaginación de Clara Peñalver. Pues hoy os traigo la reseña de la segunda novela de este curioso binomio, El juego de los cementerios.
Ahora, antes de decidir si seguir leyendo por si os spoileais o no, seguramente haya quien se pregunte si es necesario leer una para comprender la otra. La respuesta es no, en cada novela se resuelve un caso distinto y en esta secuela la autora explica los hechos relevantes de la primera entrega para comprender la situación. Sin embargo, yo creo que es mejor leerlas en orden, más que nada para conocer a Ada y su mundo y poder disfrutar más de su evolución y comprender mucho mejor las situaciones que se dan en esta segunda parte.
Bien. Aclarado ese asunto, vayamos con lo que importa: ¿de qué trata El juego de los cementerios?
Ha pasado ya un tiempo desde que Ada resolviera el caso del Asesino de la Hoguera, aunque eso no quiere decir que lo haya dejado atrás, pues aún quedan secuelas en ella. No obstante, Ada está más que decidida a seguir con su vida: sigue con Hugo, al igual que sigue combinando su trabajo como reportera de una revista de viajes para moteros como con algunos turnos en el restaurante de su amigo Enrico, que además se ha convertido en su socio. Y es que Ada se acaba de sacar la licencia de detective.
Más por casualidad que por otra cosa, y sobre todo debido a su trabajo en la revista, Ada descubre que a lo largo y ancho de España hay una serie de lápidas inquietantemente iguales: de granito verde, con margaritas en la esquina y en todas la misma inscripción: “El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños”. Entonces, como Ada es Ada, guiada por una corazonada, decide abrir una de ellas y en el interior descubre una pintura y una esclava con otra inscripción: “Daniel 4/5/1980”, lo que le hace seguir investigando y descubrir que las lápidas están relacionadas con la desaparición de siete niños. Creyendo que se encuentra ante un nuevo asesino en serie, Ada investigará en caso, mientras hace malabarismos con el resto de aspectos de su vida, lo que no siempre es sencillo... ni posible.
Como ocurriera ya en Cómo matar a una ninfa, en esta segunda entrega Clara Peñalver aúna varios géneros para mostrarnos todos los aspectos de la vida de Ada. Sí, hay una investigación de tintes inquietantes, pero también hay otras tramas más o menos importantes: desde las secuelas que le quedaron a Ada tras su enfrentamiento con El asesino dela Hoguera, hasta el cómo continúa la vida de sus allegados. Es ahí donde destaca Enrico que, de nuevo, se vuelve apropiar de la trama secundaria de la novela gracias a su turbulento pasado.
En este caso, se ahonda más en la relación que tiene Enrico con la familia que formó en España y también en lo que aconteció en Italia para que tuviera que cambiar de identidad. La verdad es que toda esa historia funciona muy bien y me resultó de lo más interesante. El tema de la mafia italiana es bastante curioso, Enrico funciona muy bien con Ada y la trama está muy bien llevada.
Al igual que lo está la principal, ese nuevo caso que se va complicando a medida que avanza y que resulta tan entretenido como curioso. Yo estaba deseando saber cómo se iba a resolver. Quizás no terminó de gustarme de todo su resolución. Más que nada porque, una vez más, se saca al culpable de la manga, sin que haya sido un sospechoso a tener en cuenta. Precisamente ese giro se dio también en la primera entrega, aunque en ese caso sí que se podía sospechar por dónde iban los tiros, no como aquí que prácticamente te estalla en la cara.
Sin embargo, como ya he dicho el caso es interesante y hace que la novela sea muy entretenida y, además, tiene un aspecto que me resultó muy acertado: el misterio estaba personalmente relacionado con una amiga de Ada, la policía que la ayuda de hecho, lo que hacía que la resolución fuera más importante, más personal.
Encima, la amistad entre Ada y Andrea, la policía cuyo hermano es uno de esos siete niños desaparecidos, estaba muy conseguida, al igual que los altibajos que va sufriendo dicha relación gracias a la investigación. A decir verdad, me ha convencido muchísimo más esa amistad que la historia de amor entre Ada y Hugo, el único aspecto que no me gustó de El juego de los cementerios.
Si ya en la primera novela el cómo surge la historia de amor me pareció un chiste y no compré en absoluto el que la autora intentara vendérmela como una súper historia de amor, aquí no he podido más que pasar del tema. Es cierto que no es, ni mucho menos, la parte más importante, pero sí que Clara Peñalver intenta crear cierta tensión con ella. Como la historia la narra la Ada del presente para informar a su psicóloga, sabemos desde la primera página que la historia no acaba bien, aunque no sabemos ni el cómo ni el por qué. A lo largo de las páginas, nos vamos enterando, pero a mí no podía interesarme menos porque, sencillamente, no había ni química, ni magia ni nada.
Además es que los dos te acaban desesperando con el tema porque no dejan de cagarla una y otra y otra vez y cansa un poco ese tema.
Lo que sí mola, en cambio, es la evolución de Ada. Estaba claro que todo lo que le ocurrió en Cómo matar a una ninfa tenía que pasarle factura de algún modo, que no podía ser exactamente igual que antes. Así, en esta segunda novela nos encontramos ante una Ada más madura, que sigue teniendo un talento sin igual para meterse en líos y unos cuantos defectos y otras cuantas virtudes. Sin embargo, intenta mejorar, ser más sensata y, sobre todo, pide ayuda, escarmentada con lo que sucedió con la otra investigación.
Y es que estas novelas, más que historias de género negro, son la historia de Ada. Ella es lo importante, por lo que no son novelas policíacas al uso. Eso sí, la trama está muy bien llevada, sin prisa pero sin pausa y con una galería de personajes a los que ya les tienes cariño y conoces, por lo que El juego de los cementerios es una lectura rápida, agradable y, sobre todo, entretenida.
El próximo lunes literario estará dedicado a... El aroma del crimen de Xabier Gutiérrez.
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