Uno de mis autores actuales favoritos es Jonathan Stroud y, si no lo conoces, busca ahora mismo El amuleto de Samarkanda y léelo. En serio, no te vas a arrepentir. La cuestión es que tras los cuatro libros de la saga de Bartimeo (El amuleto de Samarkanda, El ojo del Golem, La puerta de Ptolomeo y El anillo de Salomón) y una novela auto-conclusiva (Los doce clanes), el señor Stroud desarrolló otra saga, Agencia Lockwood, cuya segunda parte os traigo reseñada hoy.
La primera entrega, Los visitantes, la reseñé hace un tiempo en el blog, así que, si no sabes qué saga es esta, pues echadle un vistazo al link. Ahora voy a hablaros de la segunda novela de Lockwood y cia porque no tiene desperdicio y su molonidad debe de ser conocida.
Han pasado varios meses desde que la Agencia Lockwood sobreviviera a la casa más encantada de Inglaterra y resolvieran el misterio que entrañaba, lo que ha hecho que sea más conocida y tengan más trabajo. A fin de cuentas, la plaga de fantasmas sigue asolando Londres. En esta ocasión, los encargados de hacer excavaciones en los cementerios (para erradicar fantasmas) les encargan que investiguen una tumba que, según los registros oficiales, no debería estar ahí. Además, el nombre que aparece en la lápida es el de Edmund Bickerstaff, un personaje conocido pues fue un siniestro doctor que intentó comunicarse con el Más Allá.
Sin embargo, una vez que la Agencia Lockwood acude al cementerio, la situación se descontrola: la tumba resulta de ser de hierro, el fantasma se les escapa, están a punto de morir y, encima, la misteriosa reliquia que aparece dentro del ataúd desaparece. Por eso, la Agencia Lockwood tiene que buscarla por todo Londres e intentar desentrañar la verdad sobre el doctor Bickerstaff y lo que hace su espejo, mientras hacen frente a la apuesta con una agencia rival y a la calavera parlante que tienen en casa y que, de pronto, se ha vuelto de lo más habladora.
Si Los visitantes era una presentación de este Londres asolado de fantasmas y de los personajes, en El espejo perdido Jonathan Stroud se sumerge directamente en el caso. Ya conocemos cómo funciona este mundo, la mitología y cómo son los personajes, así que no hay necesidad de establecer nada. Por eso, desde el principio nos sumergimos en las distintas tramas que conforman esta novela.
Porque, sí, la principal es la aparición de esa extraña tumba de hierro que contiene un fantasma y un espejo encantado, pero no es la única. Y es que en esta segunda parte los elementos encajan aún mejor y, además de la investigación, tenemos otras historias como la rivalidad de la Agencia Lockwood con los agentes de Fittes, la calavera que habla con Lucy y que parece saber muchas cosas y, de paso, algo que ya teníamos claro: que Lockwood oculta algo. Todo eso, mientras se va añadiendo información sobre el Problema y nuevos aspectos de este Londres encantado.
De ahí que El espejo encantado sea una novela de lo más entretenida, donde no dejan de pasar cosas. Es curioso porque relata el día a día de la Agencia Lockwood, con sus momentos más relajados, pero incluso entonces es interesante porque una de las partes importantes es la relación entre el trío de amigos que forman la Agencia Lockwood.
Personalmente me pareció muy interesante que en esta novela los tres protagonistas tuvieran no sólo sus momentos de gloria, sino sus encrucijadas y problemas. En Los visitantes Lucy era la que protagonista indiscutible (se explicaba su pasado, su posición en la agencia y su don prácticamente único), pero en El espejo perdido Lockwood y George también son desarrollados y cada uno debe hacer frente a una serie de problemas: Lucy con la calavera que la tienda a desconfiar de Lockwood, éste haciendo frente no sólo al liderazgo sino a que desconfíen de él y George siendo tentado por sus ansias de descubrir la verdad sobre el origen del Problema.
De hecho, me encantó el desarrollo de George en esta aventura. En la primera ya me gustó y era un buen contrapunto a Lucy, pero en esta Jonathan Stroud le ha dado más cancha y ha sido de agradecer.
También se explora más a los agentes de Fittes, ya que la Agencia Lockwood acaba haciendo una apuesta con Kipps y compañía, lo que da muy buenos momentos. La verdad es que me parece todo un acierto el que los protagonistas se comporten como lo que son, jóvenes, y que eso se traduzca en algunas meteduras de patas y ciertos comportamientos infantiles. Les hace más humanos, más reales, y Jonathan Stroud sabe combinar muy bien esos dos veres que tienen sus personajes: por un lado son investigadores, con un trabajo que les importa, pero también sin preadolescentes y se portan como tal.
Eso también se refleja en la historia propiamente dicha, ya que, de nuevo, Jonathan Stroud mezcla extraordinariamente géneros: hay partes muy, muy divertidas, pero también las hay tétricas y llenas de acción. Todo ello, con su narrativa de la cual nunca dejo de hablar maravillas porque este hombre escribe muy, muy bien.
Y, bueno, no hablaré de la resolución del caso o de lo que va pasando porque no me gusta destripar la historia, sólo diré que el caso está muy bien: es interesante, inquietante y tanto la resolución como lo que implica con esa trama general que es el Problema mola mucho. Eso sí, el señor Stroud se casca un cliffhanger final que te deja con la boca abierta y con unas ganas tremendas de leer la tercera entrega, que en inglés tiene el título de The hollow boy.
No, en serio, tenéis que leer a Jonathan Stroud. Mola mucho. Palabra.
El próximo lunes literario estará dedicado a... Un canalla siempre es un canalla de Sarah MacLean.
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