Hoy os traigo la reseña de Dispara, yo ya estoy muerto, la nueva novela de Julia Navarro, que estaba deseando leer. Su anterior obra, Dime quién soy, me gustó muchísimo, así que tenía muchísimas ganas de leer esta. No sabía muy bien qué iba a encontrar y disfruté mucho tanto leyéndola como descubriendo poco a poco la trama de la novela.
Marian Miller trabaja en una ONG, lo que la ha llevado a Jerusalén para realizar un informe sobre el problema entre judíos y palestinos, por lo que debe hablar con un importante político judío que defiende la política de asentamientos. Sin embargo, como éste no se encuentra presente, le atiende su padre, Ezequiel Zucker, y entre los dos, poco a poco, van desgranando tanto la historia de la familia Zucker como de la familia Ziad, musulmanes palestinos.
Bien. No os voy a contar nada más de la trama porque creo que es mejor así. De hecho, en cuanto tuve el ejemplar en mis manos, no pude evitar irme directa a la sipnosis para saber qué diantres significaba el sugerente y misterioso título. Sin embargo, no encontré nada en el resumen dado por la editorial, así que directamente empecé a leer... y, como ya he dicho antes, lo disfruté muy mucho.
Si habéis leído su anterior novela, Dime quién soy, veréis que Julia Navarro repite esquema: la historia es desgranada por los personajes, que la van contando hasta que el puzzle se completa. Si no la habíais leído, pues ya os lo he dicho yo. Y aunque a grandes rasgos se basa en un planteamiento parecido (un contexto histórico, una historia centrada en familias y contada por los personajes y un críptico título), las novelas no son un calco la una de la otra. Nada más lejos de la realidad.
Porque, mientras que Dime quién soy exploraba a una heroína muy particular, Amelia, y la Europa de la Segunda Guerra Mundial, en Dispara, yo ya estoy muerto nos encontramos ante dos familias que viven en Palestina. Así, Julia Navarro se centra en el problema judío-palestino, explicando sus orígenes y cómo se fue formando usando como excusa a los Zucker y a los Ziad. Unos son judíos, los otros musulmanes; unos son inmigrantes, los otros palestinos, lo que no es casualidad, pues la autora no toma parte en el conflicto: ofrece los dos puntos de vista, las razones de cada bando, de forma objetiva e incluso logrando que ambas visiones sean entendidas.
De hecho, aunque considero muy interesante ese planteamiento, a veces se pasa un poco. Me explico: repite tantas veces, pero tantas, las razones de cada bando que se hace un tanto pesado. No soy tonta, no necesito que me repita novecientas veces lo que opinan unos y otros, lo he captado.
A decir verdad, me ha parecido una novela un tanto irregular. Ojo, me la he leído con facilidad, me ha enganchado y me ha entretenido, pero no mantiene un ritmo constante: mientras que hay pasajes que vician, otros resultan algo más pesados. En ese sentido, no me ha parecido tan rotunda como Dime quien soy, cuyo desarrollo iba a más y más a medida que la historia avanzaba.
Sin embargo, se lee con mucha facilidad, sobre todo porque acabas encariñándote de todos los personajes. Quizás, a Samuel le coges más cariño que al resto, porque es quien más desarrollo tiene y porque es el primero a quien conocemos, encima siendo un niño. Pero, vamos, que todos los personajes están muy definidos, muy bien escritos y acabas cogiéndole cariño a todos ellos... lo que, en este caso, hará que sufras un pelín. Dispara, yo ya estoy muerto cuenta la historia de varias generaciones de ambas familias, lo que quiere decir que abarca un gran periodo de tiempo y, por tanto, la parca se pasea habitualmente por las páginas del libro. Eso hace que el factor sentimental, que está presente a lo largo de la novela, se incremente porque hay muertes que, de verdad, te llegan al alma.
Pero no es lo único que emociona, ya que las relaciones de amistad y de familia también lo hace. Quizás, las de amor no tanto. Ninguna historia de amor logró emocionarme demasiado, me resultaron algo frías y eso que hay unas cuantas.
Además, Dispara, yo ya estoy muerto está escrita con la pluma efectista de Julia Navarro que, aunque no es lo que se dice bonita, cumple con su labor a la perfección: transmitir las esperanzas, miedos y situaciones de todos los personajes, que, en este caso, son muchísimos. Aún así, logra que no haya líos al saber quién es quién y, también, que te imagines Palestina como si estuvieras ahí con ellos. De hecho, la ambientación de cada ciudad, de cada país es increíble y eso que, a lo largo de la novela, los personajes se pasean por lugares tan dispares como Rusia, París o España.
Para finalizar la reseña, he de hablar del final. No os preocupéis que no voy a entrar en detalles, así que no os voy a reventar nada. El final, aunque es bastante predecible, funciona muy bien y, para mí, es sencillamente perfecto, no podría haber rematado esta historia con otras palabras mejor elegidas.
El próximo lunes literario estará dedicado a... Pulsaciones de Javier Ruescas y Francesc Miralles.
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